La Jornada miércoles 15 de diciembre de 1999

Luis Linares Zapata
Sotanas y libertades

La lucha por el poder público en México viene contaminando distintos ámbitos de su actualidad. La jerarquía eclesiástica, y en particular algunos personajes del arzobispado de la capital, no son la excepción. Por el contrario, las relaciones entre varios de sus actores de primer nivel se han enzarzado en una disputa por los rangos, las influencias en el pensamiento dominante y hasta por los recursos. En su trajinar han afectado a círculos cada vez más amplios de la ciudadanía. Se han concitado opiniones de expertos en códices bajo sospecha, de historiadores de bolsillo y la de otros que son respetables estudiosos, la de otros obispos opinadores irredentos que, presurosos, han lanzado sus diatribas contra el hereje Schulenburg. No han dejado de tocar tampoco los extremos que, en sus desavenencias, los curas siempre alcanzan: a Roma y su Vaticano compartimento.

El sainete vio la luz pública a raíz de un proceso de canonización que, el mismo Corripio Ahumada inició sin real necesidad. El indio Juan Diego, salido ya del simple mito, sobrellevaba su existencia de cristiano recién beatificado. Hasta ahí las cosas no causaban gran sobresalto. Pero el paso siguiente para llevarlo a los altares de la iglesia universal implicaba para la curia romana un esfuerzo de precisión que fue afectado por las dudas del ex abate de la villa. Y el vendaval se desató.

Improperios fueron lanzados sin ton pero con mucha mala leche sobre la conducta del dubitativo Schulenburg. Este se refugió en sus lujosas casonas, en su juego predilecto y en las playas de Ixtapa para capear el temporal que se le fue encima. Tres obispos lo acusaron de viejo decrépito, de deshonesto, de ofensivo sacerdote y hasta lo amenazaron con la excomunión. La más temible, al menos para ellos, arma disponible en el arsenal de las anatemas. Todo para restarle capacidad de escándalo. Minarlo en su juicio rascando en su lujosa forma vida y hasta en sus inclinaciones racistas.

Otros actores, además de los propios curas, entraron en escena. Labastida acusó al ex abate de carecer de calidad moral para dudar como lo hizo. Mira que funcionar durante treinta años como custodio de la basílica y salir ahora conque la existencia del indio del milagro y bajo proceso santificador está en duda. šNo se vale!, argumentó el candidato priísta. Pero fue más para adelante. Esto ofende a los mexicanos. Y varias decenas millones de compatriotas no creyentes en las enseñanzas católico romanas fueron pasados por el grosero calificativo de guadalupanos. Lo mismo les sucede a otros tantos que no tienen fe religiosa o, que teniéndola, no se sienten ofendidos por el comportamiento de un simple cura dubitativo aunque a lo mejor sí por sus mañas principescas.

Curioso enlace de juicios hizo el abanderado del PRI. Se le solicita a Schulenburg, según este razonamiento ya bastante generalizado, que una vez nombrado abate y por haberse prolongado en tal puesto, borre sus dudas o, al menos, las esconda con fino pudor. Sí las llegara a tener, no las publique por favor, no las ponga por escrito o, lo que es peor, de ser posible las soslaye y hasta mienta. Pero que lo haga con cinismo aceptable. Fox no se quedó atrás y puso su grano de arena. Y así han ido entrando en el rejuego de dichos, contrarréplicas, diatribas y hasta sendos reportajes de multitud de opinadores (indians included), que han llevado la cuestión al límite de un debate con ribetes nacionales.

Y no podía ser menos. El asunto es de poder. Está en la charola toda una basílica que recibe grandes conjuntos de creyentes y peregrinos hasta el límite de récord mundial. Estos visitantes dejan, en sus cajones de limosnas, millones de pesos que, con seguridad, llegan hasta el ciento aunque se declaren menos. Está también en la disputa un arraigado sentimiento religioso que toca, en sus más íntimas fibras, a millones de personas reales que ahora giran desorientadas por la polvareda. Está el prestigio de una diócesis, la más poblada del orbe cristiano, que no tiene un santo protector que incremente su fuerza para sobreponerse a la permanente rivalidad con la nunciatura. Pero al mismo tiempo está la pretensión de seguir monopolizando el pensamiento orientador y alentador del culto guadalupano. Y está, no podía quedar fuera, toda una serie de tonterías que, de no ser porque afecta a varias de las libertades básicas de las personas pasaría sin mayor noticia y consecuencias. No se exagera en denunciar que la libertad de creencias corre peligro con estas manifestaciones irascibles, amafiadas y fuera de proporción como las vistas y oídas en días recientes. Está en cuestión la libertad de expresar ideas contrarias a los ritos, las costumbres y las creencias de los católicos mexicanos. Al menos de aquellos que, en verdad, se sienten ofendidos por las fundamentadas dudas acerca, no sólo de la existencia del indio, sino hasta de las apariciones de la Virgen. Está en peligro el derecho de un individuo, por más anciano, deshonesto o torpe que sea, de decir lo que juzgue correcto o le venga en gana. Y esto sí que es importante. Por lo demás, el culto guadalupano proseguirá muy a pesar de que Juan Diego sea o no canonizado.