Angeles González Gamio
La Villa
Así, simplemente, se refiere la mayoría de los mexicanos al santuario de la Villa de Guadalupe, hogar de la Virgen morenita, amadísima madre protectora, que es visitada anualmente por millones de creyentes, particularmente el 12 de diciembre, que se celebra su santo, justamente hace unos días, lo que es buena ocasión para recordar las maravillas arquitectónicas que guarda el sitio.
Tras la aparición de la Virgen al indio Juan Diego (a pesar de Shulenburg) en el cerro del Tepeyac en 1531, se erigió una ermita que habría de ser la base para los distintos templos que se edificaron sobre el mismo lugar a lo largo de los siglos.
El hermoso templo barroco que aún podemos admirar, al lado de la moderna basílica que se edificó en 1975, es obra del excelente arquitecto virreinal Pedro de Arrieta.
En su interior trabajaron los mejores artistas de la época: pintores, escultores, talladores, plateros y muchos más. La obra se inició en 1695, sobre las ruinas de un templo artesonado, y a lo largo de los siglos se le fueron haciendo agregados y modificaciones, tanto para ponerlo a la moda arquitectónica del momento como por deterioro.
Un caso es el altar barroco que se dañó por la construcción del convento de capuchinas, lo que se aprovechó para que Manuel Tolsa edificara uno nuevo en 1787, en estilo neoclásico. Al bello inmueble se le denomina Colegiata de Guadalupe desde 1749, año en el que se le concedió dicho rango.
En su interior se encuentra el museo de la Basílica de Guadalupe, que alberga colecciones de pintura, escultura, grabados, porcelanas, tapices, cobres e imaginería. Sobresalen obras de artistas de renombre como Juan Correa, Cristóbal de Villalpando, Nicolás Rodríguez Juárez y Miguel Cabrera. De arte popular hay una sala con deliciosos ex votos y otra con los retratos de los abades de la basílica.
Debido a que este templo padecía severos daños estructurales, se tomó la decisión durante el gobierno de Luis Echeverría de construir uno nuevo. Se encargó la obra al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, quien diseñó una impresionante basílica, en forma circular, con estructura de concreto, revestido de láminas de cobre e iluminada a través de amplios vitrales de vidrio de Monterrey.
En el extremo de la modernidad, un pasillo eléctrico colocado debajo del nivel del piso permite admirar la hermosa imagen de la Virgen a miles de peregrinos que no pueden detenerse por el movimiento constante de la banda, lo que no impide que muchos se suban decenas de veces.
Una auténtica joya de La Villa es la capilla del Pocito. Cuenta la tradición que en ese lugar la Guadalupana esperó a Juan Diego en una de sus apariciones y brotó un manantial; por tal razón se le encargó al notable arquitecto barroco Antonio de Guerrero y Torres la construcción de una pequeña capilla.
El resultado fue una bellísima edificación de tezontle y cantera rematada con graciosas cúpulas y linternillas, revestidas de azulejos blancos y azules. Resaltan las ventanas y adornos en forma de estrellas y el escudo de armas de La Villa, flanqueado por cuatro esculturas. El interior resguarda magníficos lienzos de Miguel Cabrera. Columnas corintias contrastan con el altar barroco, mismo estilo de un espléndido púlpito finamente tallado, con la figura de un indio como pedestal, que hace pensar en Juan Diego.
Una de las obras imponentes que rodean el santuario es el acueducto. Su construcción se inició en 1743 para llevar el agua del río de Los Remedios, a fin de abastecer la basílica y a sus miles de peregrinos, su autor fue el arquitecto Manuel Alvarez.
Originalmente llegaba hasta la Colegiata, pero en la actualidad concluye en las cercanías, e increíblemente de los diez kilómetros que tenía de extensión aún se conservan siete visibles y dos enterrados; sobreviven varias fuentes y reposaderas, al igual que la hermosa y monumental caja de estilo barroco que realizó Domingo Trespalacios y Escandón.
Y aún hay más, pero nos falta espacio y hay que ir a comer: una buena opción es la tortería Gigantes, que tiene ese nombre por el tamaño de sus sabrosas tortas, que los expertos aseguran son las más grandes šdel mundo! Está ubicada en calzada de Guadalupe, esquina Hierro Maza. Si desea algo más elegantón, en la avenida Montevideo hay varios sitios, como La Tablita, con excelentes carnes, o el Potzolcalli, con sus clásicos antojitos y buenos caldos. Para más información sobre el tema hay un bello libro del cronista de la demarcación Horacio Sentíes, titulado La Villa de Guadalupe-crónica centenaria.
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