La Jornada Semanal, 25 de abril de 1999



Juan Villoro

DOMINGO BREVE

Sí y no: los implantes de pamela

La aldea global ha encontrado un nuevo tema para entusiasmarse: la rubia Pamela Anderson, conocida por sus senos aerostáticos, ¡¡¡decidió retirarse los implantes!!! En la degradación noticiosa que vivimos, el tema fue tratado como si se hablara de enderezar la torre de Pisa. Ciertos monumentos poseen un defecto venturoso y despiertan el afán de preservación. Sin embargo, antes de que se formara la Liga de Defensa de los Senos Talla 36D, la actriz se sometió al bisturí del cirujano.

Pamela estelarizó Guardianes de la bahía, la serie que ha hecho de la trama un pretexto para el bronceado, páginas del Playboy y un video casero en el que copulaba con su marido, el multitatuado rockero Tommy Lee (la piratería o el insano deseo de promoción llevó el video a Internet). El romance de Pamela con el baterista de Motley Crue fue seguido con avidez por los internistas de la prensa. No quedó más remedio que saber que, en los buenos momentos, Tommy Lee jugaba voleibol de playa en el cuerpo de Pamela y en los malos percutía en su rostro con frenesí de heavy metal. La pareja se separó por maltrato físico del marido (seguramente, la música de Motley Crue sirvió de argumento legal). Una vez libre, la actriz buscó el escalpelo de un cirujano. Más allá del masoquismo que implica reproducir bajo anestesia los tormentos de su relación matrimonial, el hecho despertó numerosas dudas. La primera de ellas es: ¡¿por qué carajos sabemos todo esto?! Contengamos el aliento durante unos segundos de relajación yogui. Ahora aproximemos la pregunta con serena audacia: ¿Por qué sabes eso ? ¿En qué te has convertido para estar al tanto de las aventuras fisiológicas de una mujer que ni conoces ni admiras ni te interesa? ¿Acaso el morbo es como el jamón serrano y no hace falta apetito para consumirlo? Llega el momento de otra pausa: tampoco te adornes; Pamela no será tu tipo, pero no eres indiferente a esa sexualidad empaquetada con tanta deliberación. Quizá te atrae más la gestualidad de una seductora redundancia, que el cuerpo del que dimana. Es posible que seas así de esnob o metafísico. Quizá te atrae su descaro de princesa guarra. Es tu parte vulgar o católica, que asocia el placer con el envilecimiento. Quizá te atrae ``de reojo'', como una pantera que pasa tras las rejas del zoológico, un cuerpo turgente apenas atisbado en kioscos, andenes y pantallas de la ciudad. Es tu inofensivo erotismo peatonal. Fin del autoanálisis: Pamela tiene algo que no es precisamente un ``no sé qué''. Hay que aceptarlo: a treinta metros de distancia, reconoces su fotografía mejor que a la mayoría de tus familiares.

Y sin embargo, no has hecho nada concreto para merecer su presencia. La cultura de masas la ha implantado en tu cerebro, ese dudoso parque de atracciones, sin que conozcas sus actividades (los previsibles videos de aerobics, los posters donde lo ``erótico'' se simboliza con la piel cubierta de gotitas de agua, las películas de lógica irreprochable, en las que conduce un tráiler en llamas y se recupera de las fatigas del camino cambiándose muchas veces de ropa). No importa; las celebridades -la gente famosa por ser famosa- carecen de currículum; lo decisivo son las historias laterales que circulan en torno a su reputación. Pamela es insoslayable aunque ignoremos (casi) todo de ella: una voraz subindustria la ha colocado en suficientes rincones del planeta. La bañista de alto rating se transformó en un icono sexual, un emblema neumático que, como el hombre Michelin, opera por exageración del modelo original.

Los noticieros pasan del bombardeo en Belgrado al proceso deflacionario de Pamela como si se tratara de sucesos de trascendencia paralela (perdonando la metáfora). Por desgracia, en nuestra enferma comunidad no basta conocer cosas que apenas nos interesan; hay que tomar partido al respecto. En otras palabras: ¿está usted a favor de los nuevos (antiguos) senos de Pamela?

Ya sabemos que abril es el mes más cruel; en su actual edición, se ha convertido en el mes de las disyuntivas: Milosevic o la OTAN, Barnés o el CEU, Porfirio o Cuauhtémoc. Quien dice ``ni lo uno ni lo otro'' queda como un tibio, un ácrata o un nihilista, es decir, alguien incapaz de dialogar, porque el diálogo se concibe como una sucesión militante de afirmaciones y negaciones, similar a este intercambio que Luis Humberto Crosthwaite registró en la frontera norte:

-¿Qué trae de México?

-Nada.

-¿Qué trae de México?

-Nada.

-Tiene que contestar ``sí'' o ``no''.

-No.

-Está bien. Puede pasar.

Corren tiempos en los que el pensamiento reductor parece valiente y comprometido. Aguila o sol: decide tu bando o pasarás al plancton de los indiferentes.

El catálogo de exclusiones con que nos abruma la modernidad tiene su antídoto rebelde en la duda, el matiz, la perturbadora reconciliación de los opuestos. No hay tema pequeño para ello, incluido el de este artículo, que tanto se presta para la cruel lógica binaria. Repitamos la pregunta: ¿está usted a favor de los nuevos (antiguos) senos de Pamela? La respuesta es obvia: sí y no.