Alberto Aziz Nassif
Dime cómo eliges y...

Dice Douglass C. North que a pesar de que las normas formales puedan cambiar de la noche a la mañana, las tradiciones y costumbres son mucho más resistentes e impenetrables. Esto es sin duda lo que ha pasado recientemente con algunos partidos políticos en su proceso de elección interna.

En las últimas semanas, el país ha tenido un laboratorio de diversas elecciones: una ha sido la elección universal, secreta y directa del PRD, que se complicó de forma grave a partir de una serie de irregularidades que hoy tienen a ese partido frente al dilema de la anulación o la difícil limpieza de unos comicios sucios.

La otra es la de una democracia representativa, la cual tuvo lugar en el PAN, en donde no hubo conflicto electoral porque hubo reglas claras y una vieja cultura electoral, lo cual facilitó una sucesión interna institucional.

Una tercera es una elección autoritaria, la del PRI, en la cual hubo línea, pero no reglas claras, ni métodos democráticos. Las contradicciones de esa designación, revestida de elección, reactivaron una vieja pugna aún no digeri- da: el veloz viaje que los llevó del nacionalismo revolucionario a la política neoliberal en los últimos tres sexenios.

En el PRI se abrió una convocatoria para que el Consejo Político Nacional eligiera a su presidente y secretario general, lo cual generó un problema inicial, porque sin ser nombrada, la mano presidencial apareció en el anuncio y de forma inmediata vino la famosa cargada que iluminó al hoy ex secretario del trabajo, José Antonio González Fernández, para ser el nuevo dirigente. Todo lo cual no habría tenido ningún problema en otras épocas en las que se cambiaba al dirigente de acuerdo con la conveniencia del presidente de la República, pero ahora que se quiere ser democrático, casi por decreto, surge el conflicto, porque hay muchos priístas en Insurgentes Norte que ya no están de acuerdo en seguir la línea de Los Pinos. La aparición de la otra planilla (Echeverría y Soberanes) dejó una marca definitiva, porque evidenció que las cartas están marcadas y que el juego no es ni limpio, ni abierto; si esa era la estrategia, fue exitosa. La democracia priísta es sólo una retórica que todavía está lejana de ese partido.

Además, las reglas del PRI son ambiguas; por ejemplo, nadie sabe con certeza quiénes y cuántos son los integrantes del organismo que elegirá a la nueva dirigencia, el Consejo Político Nacional, el cual tiene en su reglamento joyas como el artículo 2, que dice: "La representación sectorial se integrará con: A) Los representantes de las organizaciones nacionales que integran los Sectores Agrario, Obrero y Popular, en proporción al número de militantes afiliados". ƑDónde están los padrones para saber quiénes y cuántos son estos militantes? Pero más adelante, en el artículo 7 la cosa se complica más: "Los consejeros propietarios (...) serán acreditados por escrito por las directivas nacionales de sus respectivas organizaciones de acuerdo a sus estatutos". Lo cual se puede entender como que cada líder de sector nombra discrecionalmente a los consejeros que quiera, con el único límite de una proporción de los militantes, que también sólo el líder conoce. Esas son parte de las reglas "democráticas".

El retiro de la otra planilla abre algunos frentes problemáticos para el PRI: le quitó legitimidad porque hizo patente que no hubo equidad en la contienda y que la cargada ya había definido su voto, por lo que ahora se trata de una candidatura única, la oficial. La experiencia deja un mal antecedente para la próxima elección del candidato a la presidencia, porque los márgenes para hacer una elección abierta y democrática quedan en suspenso. En el PRI se abren fuertes posibilidades de que se vuelva a generar una ruptura, porque una cosa es el discurso y otra muy diferente son los hechos, o lo que es lo mismo: hechos no, palabras.

De una cosa pueden estar seguros los priístas al elegir a su presidente y secretario general: no tendrán competencia, quizá nadie impugnará los resultados y no habrá necesidad de fraude; pero de lo que no podrán estar seguros es de haber fortalecido su democracia interna, ni mucho menos su unidad como partido.