Adolfo Sánchez Rebolledo
Bloques y coaliciones

La nueva dirigencia del PAN no descarta las alianzas con otros partidos con vistas a las elecciones del 2000, pero el intercambio de adjetivos y descalificaciones ocurrido entre las dos principales figuras del blanquiazul ųVicente Fox y Diego Fernández de Cevallosų deja ver hasta qué punto una cosa es lo que se dice y muy otra la que se piensa dentro de esa formación política.

Claro está que al panismo, léase "los amigos de Fox", le encantaría que otros partidos, incluido el PRD, se sumaran a su propia candidatura a fin de garantizar una victoria oposicionista en las próximas elecciones. El mismo Vicente Fox ha jugueteado, para bochorno de los más viejos del lugar, con esa idea, cuyo eje doctrinario no es otro que "sacar a patadas al PRI de Los Pinos". Pero todo tiene un límite, por supuesto: Fox estima que es "una jalada" de Diego Fernández proponer a un candidato "neutral", sin tomar en cuenta que el PAN, por lo visto, ya desde hace rato tiene su gallo.

Tal manera de concebir una coalición, poniendo por encima de cualquier otra consideración la baraja con los nombres marcados de los posibles candidatos, no tiene perspectiva alguna, como ha quedado demostrado en esta primera ronda del debate sobre las coaliciones. Así como se viene presentando, la idea de la coalición ha nacido prácticamente muerta.

Todo lo que lee y escucha gira en torno a las figuras que ya están en campaña y, a lo sumo, por pudor, se esbozan tímidas objeciones principistas carentes de convicción, pero nadie discute seriamente el tema de fondo: Ƒhasta qué punto es la derrota del PRI en el 2000 la condición que aún falta para asegurar la democracia?

No tengo la menor duda de que la transición mexicana no culminará política ni moralmente mientras la alternancia sea una hipótesis de trabajo casi incumplible. Desde hace varios años, si no el país entero, al menos una parte muy importante de las elites, viven bajo la sensación de que todo esto ųel PRI, el presidencialismo, el "sistema"ų se acabó y ya no tiene sentido apostar a la sobrevivencia de un régimen sin remedio.

Es una sensación que racionalmente puede combatirse con datos y cifras electorales o económicas, pero sus efectos sobre la convivencia política son enormes. No es posible conjurar la intranquilidad, la incertidumbre o la polarización mientras el país, la nación, no viva el cambio. Por eso la victoria del PRI ųque tampoco es una fatalidadų no garantiza más que alargar esa agonía, así consiga sus triunfos por medios plenamente lícitos.

Contribuye de manera notable a reforzar estos sentimientos la comprobación de que el PRI, como tal, no tiene remedio. La reunión para celebrar el 70 aniversario de ese instituto fue, a pesar de las palabras nunca antes dichas por el presidente Zedillo, un acto del pasado, una página de la historia que ya pasó. El PRI es, como todos los viejos partidos autoritarios, irreformable. Gana pero no convence; ese es el drama.

Frente a esa situación, los partidos políticos opositores tienen una enorme responsabilidad que no deberían trivializar, como si las elecciones presidenciales fueran un cambio en la sociedad de alumnos de cualquier facultad de derecho. Es impensable que fuerzas tan disímbolas puedan coaligarse sin poner en el tapete de la discusión una agenda mínima de coincidencias, y esa discusión nos las siguen debiendo tanto el PAN como el PRD.

Por lo pronto, unos y otros intentarán presentarse como los verdaderos sostenedores de esta alianza, aunque en la realidad lo que veremos será la formación de dos grandes bloques opositores, con lo cual ganan en presencia los partidos más pequeños. ƑSe agota allí la pluralidad mexicana? Esa es harina de otro costal.