Angeles González Gamio
Baños deliciosos

Tradicionalmente los mexicanos han sido afectos al baño. Baste recordar el temazcal, que aún existe en muchos lugares y que formaba parte de la mayoría de las casas prehispánicas. La descripción de los cronistas que conocieron la vida de los habitantes de la ciudad azteca nos hablan de su limpieza, que en el emperador Moctezuma se mostraba en excelsitud, ya que se cambiaba de ropas cuatro veces diarias, se bañaba, y antes y después de tomar sus alimentos se lavaba boca y manos. Dice el padre Clavijero que andaba siempre ``muy polido, limpio a maravilla''.

Esto causaba azoro a los españoles, muy poco afectos a esos menesteres higiénicos. Al poco tiempo de la conquista comenzaron a hacer uso de las aguas termales y de los cristalinos manantiales que abundaban en la ciudad y sus alrededores. Poco a poco fueron surgiendo casas de baños.

Según don Artemio del Valle Arizpe, los más antiguos fueron los de la Misericordia, que tenían excelente departamento para hombres y también otro --bien retirado-- para mujeres, porque juntos, ya se sabía, ``se originaban muy grandes pecados''.

En 1799 se fundaron los primeros baños de vapor llamados Doña Andrea, en la actual callecita de Filomeno Mata número 10, que fueron muy exitosos. Por la misma época, ni más ni menos que en la elegante vía de San Francisco --hoy Madero-- un tal doctor de apellido Tirón instaló en 1840 unos baños de ``fumigación, de vapor y sanidad'', los cuales ponían en grave peligro la vida del usuario, pues consistían en una tina de madera rodeada de lonetas con un agujero por donde el infeliz sacaba la cabeza; en el interior el calor lo proporcionaba una lámpara de alcohol de varias mechas, que en cualquier instante podía prender los materiales, incluido el pellejo del bañista, que seguramente sudaba más por el susto que por el procedimiento.

Muy afamados fueron en el siglo pasado los baños Las Delicias, por los rumbos de la actual Ciudadela, que contaban con cinco amplios estanques ``dos para caballos, dos para hombres y uno solo para mujeres''. A fines de esa centuria se inauguró la novedad de la regadera de presión, a la que nombraban ``baño de lluvia'' --los sofisticados que habían estado en Norteamérica la llamaban ``shower''. Estas instalaciones competían con las de las Albercas Pane, que inauguró el baño ``turco-romano'' con toques orientales.

En la guía El viajero en México publicada en 1859, se enlistan 56 baños ``para personas'' y cinco para caballos.

Esta costumbre de ir a los baños continúa bastante generalizada entre gente de pocos recursos, que no cuenta en su vivienda con estas facilidades, y también para aquellos que gustan de disfrutar de un buen vapor, ruso, sauna o simplemente un reconfortante regaderazo a presión. En el centro histórico siguen vivos algunos baños de gran tradición, como los Catedral, en la calle de Justo Sierra 32, a unos pasos del majestuoso Colegio de San Ildefonso. Estos, al igual que los Señorial, en Isabel la Católica 92, están limpísimos y tienen muy buen servicio. Más populares son los Olímpicos, en Argentina 131, y los Santísima en el número 5 de esa calle, que llevan el nombre del prodigioso templo churrigueresco que la adorna.

Después de un sabroso baño ``profesional,'' sea de vapor, turco o de presión, nada mejor que una exquisita ``sopa centro histórico'', con frijoles negros y chorizo, en la fresca terraza de la bellísima y virreinal Casa de las Sirenas, en Guatemala 32, justo atrás de la Catedral.