Lo que parecía imposible se ha logrado. La vía política y pacífica hacia una solución de un sangriento conflicto, que ha durado tres décadas y ha combinado una lucha de liberación nacional con una guerra civil y un conflicto de clases, pudo ser construida gracias al realismo de los independentistas de Irlanda del Norte y al de los laboristas ingleses, ayudados por la mediación y las promesas económicas arrancadas a los líderes del Partido Demócrata de Estados Unidos (que miran hacia su propio electorado de origen irlandés y buscan reforzar la alianza en Europa con el gobierno de Londres en un momento difícil para la economía mundial, y particularmente delicado para Estados Unidos, en vísperas de la posible derrota electoral de la derecha alemana y del reforzamiento de una probable unidad europea que compita por la hegemonía mundial).
El heroísmo y la movilización continua de los irlandeses del Sinn Fein y su capacidad para controlar a los extremistas en el Ejército Republicano Irlandés (ERI) lograron este éxito. El mismo es un compromiso (o sea, que todos han debido ceder algo importante), pero pone todo en movimiento en el panorama irlandés y en el británico. Al mismo tiempo, ese compromiso podría servir de precedente y tener fuertes repercusiones internacionales. En efecto, la duración y la dureza de la lucha de los independentistas frente a una de las potencias mundiales y en la más vieja colonia de la misma (Irlanda fue colonizada por lo ingleses antes de que éstos crearan su imperio en el resto del mundo) les ha ganado el apoyo, la simpatía y el respeto de los pueblos, y aleja toda duda sobre una posible capitulación. Queda claro, efectivamente, que Gerry Adams y sus compañeros han cambiado de táctica, no de estrategia, y buscan seguir la lucha por la independencia y la unidad irlandesas en las nuevas y difíciles condiciones que les impone la actual situación política, social y moral en escala mundial.
Es evidente también que han aprovechado al máximo, convirtiéndolas en fuerzas propias, las debilidades de un opresor en decadencia y las diferencias y brechas en el campo de sus adversarios (incluyendo entre éstos también a los estadunidenses, que se propusieron como mediadores en Irlanda, pero mantienen sus bloqueos contra Cuba, Libia e Irán, Irak y su apoyo a Israel contra los palestinos, así como a Turquía, en su opresión a los kurdos, en su ocupación de la mitad de Chipre y en su intervención en los Balcanes). Tony Blair, como sus predecesores laboristas, tuvo que comprender que el pasado no puede mantenerse ni puede revivir. Del mismo modo que otros gobiernos laboristas cedieron la independencia de las colonias para mantener en ellas una influencia, el gobierno actual abre válvulas a la presión interna, cede la autonomía a Escocia y Gales, concede lo que de otros modos igual terminaría por perder en el Ulster, buscando mantener una fuerte presencia en los asuntos de la parte septentrional de Irlanda y de toda la isla, en general.
Muchas cosas serán decididas en los próximos meses por la relación de fuerzas en Irlanda del Norte y entre los independentistas y el pueblo y el gobierno de Irlanda del Sur, así como por los nuevos lazos que los irlandeses tendrán con el pueblo inglés. Pero el ejército ocupante se irá y con él el apoyo a los grupos paramilitares unionistas, y los héroes y mártires independentistas saldrán en una libertad que premiará su lucha incesante por la de su patria y por su propia dignidad. Ahora queda el precedente de que la lucha paga si se la sabe combinar con una política realista, incluso para las minorías frente a un poder muy superior.
Esta victoria parcial de los irlandeses -pese a los límites que marca el acuerdo-compromiso que acaba de ser firmado- podría ser el signo de una nueva época. Aunque así no fuera, merece ser saludada como un hito civilizatorio, con la esperanza de que lo firmado pueda concretarse y ampliarse en el futuro por las vías pacíficas.