EL TONTO DEL PUEBLO Ť Jaime Avilés
Cárdenas: la rebelión del DF

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Desde la romántica señora otoñal de la colonia Florida, panista de siempre, que todavía conserva las cartas de amor que Alfredo del Mazo le escribía en el colegio, hasta la sirvienta de Polanco, embarazada y abandonada por un policleto; desde los hijos de Gonzalo Altamirano Dimas, líder del PAN en la ciudad de México, hasta los reporteros de infantería del periódico Reforma; desde los tiburones de la Bolsa Mexicana de Valores hasta los pepenadores de Iztapalapa y los chinamperos de Xochimilco; desde el historiador Enrique Krauze hasta las prostitutas de la Merced; desde los policías de tránsito de Coyoacán hasta los fayuqueros de Tepito; de norte a sur, de este a oeste, del Zócalo al Periférico, y más allá, hasta las últimas goteras, en todas las delegaciones, en todos los barrios, en todos los pueblos y en todos los ghettos del Distrito Federal, los habitantes de la concentración urbana más grande, caótica, ruidosa y pestilente del planeta, el domingo pasado, por un momento, abandonaron los grandes o pequeños horrores de sus vidas cotidianas y salieron con mucho gusto y más decisión a votar por el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.

En menos de quince horas -de las ocho de la mañana a las diez y media de la noche-, la jornada electoral del 6 de julio reconoció, oficialmente, que el DF es el territorio con el promedio más alto de personas, por metro cuadrado, que están hartas del PRI. Fue, dice el antropólogo Roger Bartra, ``nuestro 1989 en Praga, nuestra revolución de terciopelo''. Fue, dice Leonel Godoy -representante del Partido de la Revolución Democrática (PRD) ante el Instituto Federal Electoral (IFE)-, ``como una tormenta, y las olas fueron tan altas que al PRI se le reventaron los ``amarres'' en plena tempestad''.

-Fue más -dice el tonto del pueblo-, fue una rebelión auténtica, una verdadera insurrección pacifista, pero desde luego no fue una elección limpia. Eso que se lo crea el New York Times...

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El 6 de julio, a las 7:45 de la mañana, en el búnker del periódico Reforma, en la colonia Del Valle, un empleado de la agencia Infosel -que distribuye información bursátil por Internet- llegó a su puesto de trabajo, tomó la bitácora del día y se rascó la cabeza sin saber qué hacer. La orden señalaba que a las ``8:00'' -y no explicaba si de la mañana o de la noche- tenía que lanzar por la red el siguiente mensaje: ``De acuerdo con una encuesta de salida, efectuada por Reforma, el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados''.

Experto en computación, virtuoso de las modernas tecnologías de punta, pero ajeno a la política y a la lógica elemental de la vida que transcurre más allá del Nintendo, el empleado no se detuvo a pensar que a las ocho de la mañana era imposible que alguien hubiese efectuado una encuesta de salida, de cualquier índole, en un país donde la gente ni siquiera había salido de la cama. De modo que se frotó las manos sacando el ``plus'', aguardó a que los cronómetros de la empresa marcaran las ocho en punto, y en el instante preciso apachurró el botón de ``Enter'', y provocó un sainete que ha puesto al director de Reforma a las puertas mismas de la cárcel.

Cinco horas y quince minutos después, a la una de la tarde y en medio de un diluvio de llamadas por teléfono (porque el escándalo era digno del récord Guinnes), Infosel transmitió un nuevo mensaje, marcado con una notable advertencia: nadie podía divulgar su contenido a los medios de comunicación antes de las ocho de la noche. El texto, que jamás leí, anticipaba que el PRD llevaba una muy considerable ventaja en las elecciones del Distrito Federal. Roberto Campa Cifrián, dirigente del PRI en el Distrito Federal, recibió el informe -al igual que todos los directores y jefes de todos los medios-, cerró los ojos y cruzó los dedos. Y dijo entre dientes, con fervor:

-Suerte, Enrique...

Pensaba en Enrique Jackson Ramírez, comisionado especial para el fraude en la ciudad de México.

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El fraude electoral en la ciudad de México tuvo al menos cuatro etapas visibles: la Presidencia de la República, en coordinación con la Secretaría de Desarrollo Social, hizo una intensa campaña propagandística a favor del PRI, repartiendo obsequios entre las capas menesterosas de la ciudad. La misma táctica de 1994. El PRI capitalino aportó su estructura territorial para entregar los regalos de puerta en puerta, de barrio en barrio, sumando pobres y más pobres a la causa. La idea, en el fondo, era apelar a su alto sentido del honor, y comprometerlos. Muchas y muchos, aplastados a fin de cuentas por una tiranía, aceptaron, con los regalos, el pacto. Okey, dijeron a los priístas, el 6 de julio ustedes pasan por nosotros y nos llevan a votar: segurolas, carnal, neta que por nosotros no hay fijón, aquí los vamos a estar esperando...

En el Infonavit -la oficina gubernamental donde trabajaba Alfredo del Mazo antes de ser catapultado al vacío como candidato del ``invencible''- todas las empleadas fueron conminadas a cuidar las casillas en defensa del PRI y de su ex jefe. En la Secretaría de Comercio había habido descuentos obligatorios, en todas las nóminas, para engordar los fondos de campaña de Del Mazo. Y algo semejante había ocurrido a los empleados del PRI. Esta fue la segunda etapa del fraude.

La tercera se manifestó en los preparativos de la víspera. En el sitio de taxis que se encuentra frente al Aurrerá de Plaza Universidad, los 30 choferes asociados al negocio recibieron instrucciones de presentarse, el 6 de julio a las seis de la mañana, en un punto situado en los límites del estado de México. La consigna era estar incondicionalmente disponibles desde esa hora hasta las dos de la mañana ``para lo que hiciera falta''.

El día de los comicios, innumerables dependientes del régimen salieron a las calles con más de una credencial de elector, para votar por el PRI cuantas veces les fuese posible. Y este recurso, perteneciente en realidad a la segunda etapa del fraude, pronto iba a coincidir con la etapa cuarta, las más importante, la decisiva. En eso pensaba Campa Cifrián, el 6 de julio a la una de la tarde, cuando la última fase del fraude entró en acción. Cuatro horas con treinta minutos después, a las cinco y media de la tarde, Alfredo del Mazo reiteró, a sus más allegados, que estaba seguro del triunfo. Y pensaba, él también, en Jackson Ramírez.

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El 7 de julio, por la mañana, las empleadas del Infonavit que habían sido conminadas a cuidarle los votos al PRI llegaron a trabajar, en su gran mayoría, vestidas de falda negra y camisa amarilla, uniformando el espacio con los colores perredistas. No era un gesto de venganza sino algo mejor: la prolongación de la fiesta, que la noche anterior había culminado entre confeti y cohetones en el Zócalo.

En una casilla de Coyoacán, dice el tonto del pueblo que le dijo una representante del PRD, un policía de tránsito se acercó al presidente de la mesa, le pidió permiso de no hacer cola porque debía seguir patrullando, mostró su credencial de elector con fotografía, y se fue a esconder en una de esas falsas letrinas públicas con cortinas de plástico, donde nadie lo viera. Acto seguido salió, depositó sus cuatro boletas en las cuatro urnas, y al despedirse llamó aparte a la representante del PRD que contó esta historia: ``Mire -dijo el uniformando sacando del bolsillo cinco credenciales de elector con su fotografía-, estas me las dio mi jefe para que votara por el PRI, pero voy a votar cinco veces por Cárdenas''.

¿Y qué fue de los pobres y los menesterosos que se habían comprometido a juntarse para que los llevaran a votar por el PRI? ``¡Dónde están esos cabrones!'', dice Leonel Godoy que gritaba un priísta en Xochimilco, el domingo a las cuatro de la tarde. ``Nos dejaron colgados, mi Mike'', tiene que haberle respondido su interlocutor, desde el otro lado del abismo.

En Iztapalapa, también a las cuatro y media de la tarde, yo mismo vi, le digo al tonto del pueblo, una escena semejante. Un hombre alto, moreno, gordo y bigotón, con facha de gángster en pants deportivos, esperaba inútilmente a sus cómplices en una esquina de la calzada de La Viga. Pero a diferencia de Campa o Del Mazo, él no pensaba en Jackson Ramírez sino en lo mismo que su colega de Xochimilco: ¿Dónde podían estar los cabrones que habían ido por los acarreados? Era una imagen tan cómica que al tonto del pueblo se le ocurrió una rima: Los mapaches se preguntan/ Y la gente dónde está/ Y la gente está votando/ ¡Por Cuauhtémoc ra-ra-ra!

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Manuel Bartlett Díaz, gobernador de Puebla, fue bastante más cuidadoso que Jackson Ramírez y Campa Cifrián. Un mes antes de las elecciones, se mudó a vivir en la sierra de Huauchinango, cerca de la presa Necaxa, y se quedó casi una semana entre los campesinos, oyéndolos, midiéndolos, averiguando de qué pie cojeaban. Cuando se fue de esa región, sus anfitriones recibieron un cargamento de borregos australianos, de la mejor calidad, y el PRI arrasó en los quince distritos de Puebla.

Algo similar debió de haber sucedido en Tabasco, donde la maquinaria del ``gobernador'', Roberto Madrazo Pintado, hizo que de una imprecisable cantidad de urnas salieran bastantes más boletas de las que habían sido depositadas por los electores, repitiendo así el milagro de 1994, el de los votos que se multiplican solos. Y no fue muy distinto el mecanismo que utilizó Jorge Salomón Azar, gobernador de Campeche y socio de Bartlett y de Madrazo en los negocios políticos del sureste, para robarle descaradamente las elecciones a la candidata del PRD, que si bien superó al exponente del PRI por un margen muy estrecho, no concitó una adhesión tan poderosa como para sobrepasar el número de votos del fraude: Layda Sansores venció a su oponente, no al partido del régimen ni a la inmensa parafernalia del Estado.

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En Chiapas, Oaxaca, Quintana Roo, Campeche, Tabasco, Veracruz, Hidalgo, Puebla, Colima, San Luis Potosí, Aguascalientes, las dos Baja California, Zacatecas, Coahuila, Tamaulipas y el DF, las elecciones del 6 de julio fueron tan sucias, inequitativas y premodernas como siempre. Lo que marca la diferencia, y no debe servirnos de ningún consuelo, es que en la capital, y seguramente en Nuevo

León y Querétaro, el hartazgo, la esperanza, el valor y la resolución populares pudieron más que la prepotencia, el dinero, el chantaje, la estupidez y el cinismo.

-Pero si hubo fraude, como lo hubo con distintos matices en todo el país, que se guarden los propagandistas de peluche de venir a arengarnos con el cuento de que, ahora sí, no hay más ruta que la del IFE -dice el tonto del pueblo, después de una semana de festejos chilangos, sin acabar de contarme en qué terminó su espectacular fuga de la Cárcel Pública de Tecamacharco, a bordo de un globo que arrastraba por el cielo una manta con la leyenda ``Adiós al PRI''.

La semana entrante, en todo caso, promete, narrará la tercera y última parte de su Crónica de la Globalidad.

tonto@napkin.jornada.com.mx